Los testigos de Jehová y la Sangre Parte I
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¿Qué dice la Biblia?
Representa la vida
Bajo la Ley Mosaica
Jehová incorporó en el pacto de la Ley que hizo con la nación de Israel la ley que había dado a Noé. Dejó bien sentado que se imputaba “culpa de sangre” a cualquiera que no prestase atención al procedimiento estipulado por la ley de Dios incluso cuando se mataba a un animal. (Levítico 17:3, 4.) La sangre de un animal que se matara para comer tenía que derramarse en el suelo y cubrirse con polvo. (Levítico 17:13, 14.) Todo el que comiese sangre de cualquier tipo de carne sería ‘cortado de entre su pueblo’. Quien violara deliberadamente esta ley concerniente a la santidad de la sangre debía ser cortado, es decir, había que darle muerte. (Levítico 17:10; 7:26, 27; Números 15:30, 31.)
Al comentar sobre Levítico 17:11, 12, la Cyclopædia (de M’Clintock y Strong, 1882, vol. 1, pág. 834) dice: “Este mandato estricto no solo aplicaba a los israelitas, sino también a los extranjeros que residían entre ellos. El castigo señalado para los que lo transgredían era el de ser ‘cortados del pueblo’, con lo que parece que se quiere dar a entender la pena de muerte (comp. con Heb. X, 28), aunque es difícil determinar si se infligía con la espada o por lapidación”.
Según Deuteronomio 14:21, se permitía vender a un residente forastero o a un extranjero un animal que hubiera muerto por sí mismo o al que hubiera despedazado una fiera. De este modo se hacía una distinción entre la sangre de tales animales y la de aquellos que se mataban para alimento. (Compárese con Levítico 17:14-16.) Los israelitas, así como los residentes forasteros que abrazaban la adoración verdadera y llegaban a estar bajo el pacto de la Ley, estaban obligados a obedecer los elevados requisitos de aquella Ley. La gente de todas las naciones estaba bajo el requisito de Génesis 9:3, 4, pero Jehová esperaba más de los que estaban bajo el pacto de la Ley que de los extranjeros y residentes forasteros que no se habían hecho adoradores suyos.
En resumen, la Ley decía: "No coman la sangre de ninguna criatura, porque la vida de toda criatura está en la sangre; cualquiera que la coma será eliminado" (Levítico 17:14; NVI). Notar que dice "de ninguna criatura", ni humana ni animal.
En el Cristianismo
El cuerpo gobernante de la congregación cristiana del primer siglo, dirigido por el espíritu santo, tomó una decisión sobre el asunto de la sangre. El decreto que emitió decía: “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de cosas estranguladas, y de fornicación. Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán. ¡Buena salud a ustedes!”. (Hechos 15:22, 28, 29.) La prohibición incluía carne sin desangrar (“cosas estranguladas”).
Este decreto se basa en el mandato divino de no comer sangre dado a Noé y a sus hijos y, por lo tanto, a toda la humanidad. A este respecto, sir Isaac Newton dijo lo siguiente en The Chronology of Antient Kingdoms Amended (Dublín, 1728, pág. 184): “Esta ley [de abstenerse de la sangre] era anterior a los días de Moisés, pues se dio a Noé y a sus hijos mucho antes de los días de Abrahán: y, por lo tanto, cuando los apóstoles y ancianos del Concilio de Jerusalén declararon que los gentiles no estaban obligados a circuncidarse y guardar la ley de Moisés, aceptaron esta ley de abstenerse de la sangre y de cosas estranguladas como una ley de Dios anterior, impuesta no solo a Abrahán, sino a todas las naciones, mientras vivían juntas en Sinar bajo el dominio de Noé: y de la misma clase es la ley de abstenerse de carnes ofrecidas a los Ídolos o Dioses falsos, y de la fornicación”. (Cursivas suyas.)
Joseph Benson escribió sobre la permanencia de esta prohibición: “Debe observarse que esta prohibición de comer sangre dada a Noé y a toda su posteridad, y repetida a los israelitas de manera muy solemne bajo la ley mosaica, nunca se ha revocado, sino, al contrario, se ha ratificado bajo el Nuevo Testamento, Hechos XV., y de ese modo se ha convertido en una obligación perpetua”. (Notes, de Benson, 1839, vol. 1, pág. 43.)
El biblista del siglo XIX Adam Clarke escribió el siguiente comentario sobre el pasaje de Génesis 9:4: “Este mandato [dado a Noé] lo siguen obedeciendo escrupulosamente los cristianos orientales [...]. Bajo la Ley estaba prohibido comer sangre, pues esta tipificaba la sangre que iba a ser derramada por los pecados del mundo, y bajo el Evangelio tampoco debía comerse, pues siempre debía considerarse una representación de la sangre que fue derramada para remisión de los pecados”.
Seguramente Clarke se refería al evangelio —o buena nueva—, en su sentido básico, centrado en Jesús, y que abarca el acto de enviar Dios a su Hijo para morir por nosotros, para derramar su sangre a fin de que pudiéramos tener vida eterna (Mateo 20:28; Juan 3:16; Romanos 5:8, 9). El citado comentario también abarcaba el mandato posterior de que los seguidores de Cristo se abstuvieran de sangre.
De hecho el científico Joseph Priestley llegó a esta conclusión: “Parece que la prohibición de comer sangre, dada a Noé, es obligatoria para toda su posteridad [...] Si interpretamos [la] prohibición de los apóstoles por lo que practicaban los cristianos primitivos, de quienes difícilmente se puede suponer que no hayan entendido de modo correcto la naturaleza y el alcance de aquella prohibición, lo único que podemos concluir es que el propósito era que fuera absoluta y perpetua; pues por muchos siglos los cristianos no consumieron sangre”.
Observada desde los tiempos apostólicos
El concilio de Jerusalén envió su decisión a las congregaciones cristianas para que la observaran. (Hechos 16:4.) Unos siete años después de que el concilio de Jerusalén emitió el decreto, los cristianos seguían obedeciendo la “decisión de que se [guardaran] de lo sacrificado a los ídolos así como también de la sangre y de lo estrangulado y de la fornicación”. (Hechos 21:25.) Y más de cien años después, en 177 E.C., en Lyón (ahora Francia), cuando los enemigos de los cristianos los acusaron falsamente de comer niños, una mujer llamada Bíblida dijo: “¿Cómo podrían comer a un niño estas gentes si ni siquiera les está permitido comer sangre de animales irracionales?”. (Historia Eclesiástica, de Eusebio, V, I, 26.)
Comentarios de algunos que afirmaron ser cristianos en los primeros siglos de la era común.
Tertuliano (c. 160-230 E.C.): “Avergüéncese vuestro error si pensó comían sangre de los que no pueden comer sangre de reses. Los cristianos no comemos sangre de animales ni morticinios [...] Finalmente, entre las invenciones con que tentáis la observancia de nuestra ley, una es darnos una morcilla de sangre, porque os persuadís con certeza de que el cristiano que come sangre se desvía de su ley. Quien esto sabe, ¿con qué ilación puede legítimamente inferir que apetece sangre de hombres el que aborrece sangre de reses?” (Quinto Septimio F. Tertuliano, Apología contra los gentiles, Colección Austral, 1947, pág. 40). Y tambien dijo: "Entenderemos que el decreto prohibitorio sobre "la sangre" es mucho mayor sobre la humana" (The Ante-Nicene Fathers [Los padres de antes del Concilio de Nicea], tomo IV, pagina 86)
Minucio Félix (siglo III E.C.): “Tanto nos retraemos de la sangre humana, que en nuestro alimento no usamos sangre ni de animales comestibles”. (The Ante-Nicene Fathers [Los padres de antes del Concilio de Nicea], Grand Rapids, Mich., 1956, edición preparada por A. Roberts y J. Donaldson, tomo IV, pág. 192.)
Los cristianos primitivos se abstuvieron de comer sangre de cualquier tipo.